Cómplices de la poesía, la música y la vida

El valle trae un aroma de flores frescas y eucalipto y el sonido de los cencerros de las vacas desayunando en los pastos. Deben de ser cerca de las diez de la mañana de un viernes soleado de julio en Cantabria y, mientras la bruma que dejó el amanecer termina de disiparse, sobre la mesa del jardín de la casa de Quique González cercana a Villacarriedo humean dos tazas de café, la suya y la de su colega César Pop. Ambos se despertaron hace un rato y ya se han colgado sus guitarras como el día anterior, cuando también las abrazaron hasta entrada la madrugada. La cosa es seria, hay canciones a medio nacer y, en tales circunstancias, ellas dictan los tiempos marginando a los relojes.

Se trata de las canciones que Quique está musicando con ayuda de César sobre las letras que últimamente le envía su amigo Luis García Montero. No son poemas, sino canciones escritas expresamente por el poeta granadino para que el músico madrileño las haga suyas. Son una especie de regalo, al menos como tal las toma Quique González cuando habla de ellas antes de adentrarse junto a César Pop en un universo de acordes y palabras, buscando insistentemente entre las seis cuerdas las notas precisas, igual que exploradores embarcados en aquella nave de los locos que evoca uno de los textos de García Montero, ansiosos por llegar a puerto pero, al mismo tiempo, disfrutando con intensidad de la travesía.

Esta escena sucedió hace varios veranos, lo que da idea del largo recorrido que ha trazado el proyecto de Quique González junto a Luis García Montero hasta materializarse en el disco ‘Las palabras vividas’, a la venta el 18 de octubre de 2019. Desde que el poeta comenzara a enviar letras al músico, éste ha publicado dos discos y realizado al menos tres giras con proyectos exclusivamente propios. Por su parte, el catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada y hoy director del Instituto Cervantes también ha seguido su prolija actividad publicando poemarios, novelas, artículos en prensa e incluso liderando proyectos políticos. Pero, mientras tanto, ninguno de los dos ha abandonado nunca esta idea de disco conjunto, que es fruto de su vieja amistad nacida a comienzos de siglo, a raíz de que Quique escribiera la canción ‘Aunque tú no lo sepas’ inspirándose en el poema homónimo de García Montero incluido en el libro ‘Habitaciones separadas’.

‘Las palabras vividas’ es una obra inusual. Hay abundantes antecedentes de artistas que han musicado a poetas, pero es menos habitual que uno de estos se ponga en la piel del escritor de canciones para crear textos líricos destinados a ser completados con música. Y ahí es donde Quique González se enfrenta quizás a uno de los mayores retos de su carrera, el de asumir como propia la voz de su amigo quien, a su vez, cede su corazón poético para que palpite en el pecho del músico.

De todas las dificultades que entraña un proyecto artístico de este calibre, más incluso que la complicación extraordinaria de concebir melodías a la medida de versos ya creados e inamovibles, quizás la mayor sea conseguir que el resultado final, la canción que aúna la música y la palabra, conserve la credibilidad de lo que expresa. Y ese reto, tan arriesgado, está superado en ‘Las palabras vividas’. Estamos ante el primer disco de Quique González en el que el músico no es el autor de los textos y, sin embargo, podría serlo, de tan naturales que suenan en su interpretación de los mismos.

Esto prueba una cosa: ambos autores, poeta y músico, se mueven en similares terrenos sentimentales y están influidos de forma mutua por la obra del otro. Los dos se duelen de las mismas heridas, celebran las mismas victorias, se rompen por las mismas costuras. Para uno la poesía es una necesidad de la misma manera que para el otro lo es la música. Y ninguno de los dos concibe la vida sin ambas cosas. La música y la palabra, habitaciones separadas pero comunicadas.

A García Montero, estandarte de aquella ‘poesía de la experiencia’, se le considera el poeta de lo cotidiano. González admitiría idéntico calificativo como músico. Ambos son especialistas en crear imágenes y voces aparentemente ajenas para narrar historias propias. Historias que en realidad son universales porque la labor de los poetas, y también la de los músicos, no es contar a los demás lo que solo ellos sienten, sino lo que los demás sentimos y no acertamos a contar.

En ‘Las palabras vividas’, Luis García Montero dota a cada una de las canciones de un alma propia y a la vez común al resto. Con predominio de la primera persona, en todas sobrevuelan un aire de melancolía y la emoción por lo vivido, que se expande sin limitaciones en la personal voz de Quique González y en la atmósfera musical con la que éste ha sabido envolverlas.

Solo García Montero conoce el precio de escribir, por ejemplo, ‘Canción con orquesta’, en tiempo y en dolor; y únicamente González sabe la cantidad de horas de trabajo dedicadas a convertir ese texto magnífico en la gran pieza musical que finalmente es. Uno de los momentos cumbre de este disco, sin duda, como también lo es ‘Todo se acaba’, seis minutos de canción que, sin embargo, se hacen cortos. La riqueza de las imágenes y metáforas utilizadas por el poeta para desgranar lo inevitable de la derrota brilla aquí de una manera absoluta con la música. Es un monumento de canción.

‘La nave de los locos’, que abre el álbum, y, sobre todo, ‘El pasajero’ y su luminosidad del Sur, que nos remite a ‘Salitre’, son los dos medios tiempos más cercanos a los parámetros musicales que suele manejar el músico y en los que más reconocible se presenta. En ‘Mi todavía’, ‘Qué más puedo pedirte’ o ‘La canción del pistolero muerto’ lo hace prácticamente al desnudo. ‘Bienvenida’, con ese aire a Joe Henry, da cuenta de la complicidad entre el músico y el poeta, ya que éste le envió la canción al día siguiente de saber que Quique esperaba a su hija Nora.

Este homenaje a la palabra y a la música que en esencia es ‘Las palabras vividas’ se completa con ‘Las nuevas palabras’, las estrofas más autobiográficas de García Montero y de las que nace el título del álbum, y ese emocionante ‘Seis cuerdas’, apenas seis versos, poco más de un minuto de belleza leve a guitarra y voz que sintetiza el amor que la clase de músicos como Quique González sienten por su oficio.

En la brillantez del trabajo tiene mucho que ver la producción coral a cargo de César Pop, Toni Brunet y Diego Galaz. Pop, en los últimos años el más estrecho colaborador de González a la hora de armar canciones; Brunet, músico exquisito con una visión integral, y Galaz, responsable de introducir en el espectro de Quique instrumentos que nunca habían sonado en sus discos como la zanfona o el serrucho, se han sumado con entusiasmo a este viaje en el que también han participado Edu Olmedo en la batería y Pablo Navarro en el contrabajo. Todos han conspirado a favor de estas canciones, grabadas durante una semana de marzo en los Estudios Gárate y cuya mezcla final es obra de Carlos Raya.

El resultado es un disco radicalmente distinto a todo lo que Quique González ha hecho con anterioridad y que, por tanto, conlleva una parte nada desdeñable de riesgo. Sin embargo, el riesgo es un viejo conocido del compositor madrileño, cuya trayectoria se ha sustentado en una innegociable independencia personal y artística que le ha impulsado a adentrarse en terrenos dispares, algunos casi antagónicos como ‘Kamikazes enamorados’ (el antecedente más próximo a ‘Las palabras vividas’) y ‘Avería y redención’.

Un riesgo, en todo caso, asumido de forma consciente por el músico y supeditado a la belleza y a la honestidad de la obra. Nuevamente, Quique se salta el guión de lo que pudiera parecer previsible para dejarse llevar por su instinto. Por el momento aparca su vertiente más rockera de los últimos años y se traslada a los escenarios íntimos de teatros, donde se desarrollará la gira de esta preciosa simbiosis de música y literatura, de esta renovada ‘invitación a un viaje sonoro’ que diría Alberti, maestro de García Montero. Tal vez no todos lo entiendan pero esa inquietud, que en Quique González es un sello, ese afán por investigar nuevos caminos, es uno de los máximos valores de un artista.

Chema Doménech – Periodista